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Mensaje  Hiarbas Vie Abr 30, 2010 1:57 am

Caminaba despacio, intentando no levantar polvo con sus pisadas, haciendo lentos sus movimientos, procurando producir el menor ruido posible. Su mano sujetaba fuertemente la empuñadura de su compañera "la segadora". Llevaban ya mucho tiempo juntos, desde que el maestro armero del castillo de Flismur colocara ante el la imponente imagen de la espada. Le había explicado el maestro armero, que estaba concebida para cortar en silencio, y para ser mas ligera que el mas dulce de los susurro. Sus hechuras eran espectaculares, un filo frió y brillante que avisaba de su peligrosidad, una empuñadura labrada con nobles metales y adornada solo por tres ligeras filigranas que apenas rompían el carácter recio y marcial del arma. La cruceta sobria y casi sin adornos, con excepción de los símbolos grabrados a lo largo del alma del acero que le daban un aire de misterio, al no saber nadie, de cuantos había consultado, cual era su significado.

Intentaba entrar sin ser visto en los aposentos del Gran Maestre del castillo de Fiernatopia. Días atrás su Gran Maestre, Gonzal de Cuernacabra, como máximo dirigente de los Caballeros de la Orden del Gran Dragón Azul, le había llamado a sus aposentos para encomendarle esta misión. Le había dejado muy claras las condiciones para poder regresar al cuartel general de la Orden, matar al Gran Maestre de la Orden de la Pluma del Fenix, y arrebatar la reliquia de Melquisonar que tanto ansiaba su Orden para poder alzarse de nuevo entre las mas grandes ordenes del reino mágico. Pero desde el principio todo le había resultado complicado, enrevesado, confuso, llevándole a pensar que tal vez la misión estuviera condenada de antemano al fracaso. Había tenido que segar demasiadas vidas para llegar hasta la puerta del dormitorio del Gran Maestre y eso no entraba en sus planes, es mas no formaba parte de la información que le habían proporcionado sus fieles espías. Y por ello estaba realmente alterado pues sabia que algo no funcionaba bien en aquella misión.

Poso su mano en el tirador de la gran puerta labrada del dormitorio y con increíble lentitud fue girándola para abrirla en el mas absoluto de los silencios. El tiempo se le estaba haciendo eterno a pesar de haber realizado aquella operación en innumerables ocasiones, incluso algunas con mas lentitud, pero hoy todo le parecía distinto, todo hacia saltar sus señales de alarma, todo le parecía una emboscada.

Tras un tiempo que se le hizo eterno entreabrió la puerta para poder observar dentro, no quería mas muerte por hoy, aunque sabia que la segadora aun clamaba sangre. Acerco el ojo a la ranura y trato de ver que es lo que le aguardaba en la habitación. Un reflejo de acero corroboro sus sospechas, aquel era un terrible día, no quería matar mas pero su orden le exigía la reliquia. Trato de sosegar su espíritu, de calmar sus pulsaciones, y de relajar sus pensamientos. La muerte no era buena aliada pero si un medio para apartarse de esta vida por un tiempo. Coloco su pie en el borde de la puerta y golpeo esta mientras su cuerpo iniciaba una caída hacia delante. Rodo por el frió suelo y acabo acurrucado en el centro de la habitación con su poderosa segadora mostrando su terrible filo al enemigo.

En la habitación había no menos de quince soldados fuertemente armados, con un suspiro de resignación embistió al primero con su arma, esta partió el peto metálico del desafortunado soldado y corto la carne y el hueso con suma facilidad dejando al descubierto un profundo y sangrante tajo mortal por necesidad. Los compañeros del fallecido se lanzaron sobre el agresor intentando cortarle, pincharle, partirle, con sus espadas, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Con una agilidad solo al alcance de los mejores guerreros del reino se zafo de todas las cuchilladas y a su vez fue repartiendo mandobles certeros a sus contrincantes, la sangre brotaba a cada golpe de la segadora, y su afilado filo cortaba con desesperación la carne de los desdichados oponentes. Tras varios combates en la oscuridad el silencio reino de nuevo en la estancia y un fuerte olor a muerte y sangre inundo todo. Caistiel camino despacio aliándose con las sombras, a pesar de la oscuridad del lugar prefería que la poca luz que entraba en la estancia no le iluminara para delatar su posición. Notaba una presencia viva aun, y sabia por lo agitado de los sonidos de su respiración que le llegaban que este no era soldado, era mas peligroso aun pero por algún motivo no ejercía su poder. Otra cosa que no encajaba en aquella desafortunada misión, a la excesiva cantidad de muertos había de añadir ahora un mago poderoso incapaz de hacer magia.

Todos sabían que el Gran Maestre de la Orden del Fenix era el único de los dirigentes de Gremios guerreros que no era soldado de profesión y vocación sino un mago, poderoso pero un mago que había jugado muy hábilmente sus cartas para llegar a ostentar tan gran poder. Pero también todos sabían que era cruel y despiadado, cosa que no encajaba con aquella situación. Ahora se encontraba, por las señales que percibía, ante un hombre atenazado por el miedo, incapaz de hacer daño y mucho menos de utilizar la magia. Definitivamente aquello era una trampa. Se movió con sutiliza hacia la ventana, y se situó junto a ella intentando observar lo que sucedía al otro lado. Un frenético movimiento de tropas se estaba produciendo en el patio del palacio y en las almenas y cornisas arqueros estaban tomando posiciones. Por allí no podía salir. Solo tenia una alternativa aunque no fuera la que el quería utilizar.
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